Hace cuatro años, para el mes de marzo, el mundo —literalmente— tal y como lo conocíamos, daba un giro de 180 grados. Los sentimientos que nos invadían eran, sin duda, más que de miedo, pánico y mucha incertidumbre sobre no saber qué pasaría.
Máxime que los noticieros nos sobrecargaban de imágenes de personal médico de primera línea, vestidos como “astronautas”, usando su equipo de máxima protección para atender a los cada vez más pacientes. Sin dejar de mencionar aquellos aún más horrorosos reportes de hospitales colapsados con morgues improvisadas, justo como si se tratara de una película de terror después de una invasión extraterrestre.
Pero no, no se trataba de especies interplanetarias tratando de extinguirnos, sino de un pequeño virus que doblegó a todos, sin importar, ni preguntar, a cuál raza pertenecías, ni mucho menos la posición social que ostentabas, o si eras el más “inteligente” con una serie de postgrados que así lo certificaran.
Este pequeño pero cruel virus autoconvocado dejó aún más evidente las muchas desigualdades humanas, sobre todo las ejercidas hacia aquellas poblaciones vulnerabilizadas, y entre ellas, la población en situación de discapacidad. Por lo que me daré el permiso de analizar en este contexto una de las frases con las que se ha bautizado este periodo de obligatoria reflexión —eso espero— del que se desea, pronto, sea un amargo recuerdo.
Y es así que, de tanto en tanto, escuchamos decir desde altos funcionarios o del más humilde compatriota que debemos aprender a vivir esta nueva “normalidad”, que debemos acostumbrarnos —tengamos la experticia o no— a utilizar las plataformas digitales, la que usted prefiera, o peor aún, la que las instituciones gubernamentales nos han impuesto.
Que debemos protegernos acatando todos los protocolos y demás medidas de seguridad para evitar contagiarnos, entre ellos el no salir de casa —la famosa “cuarentena” con todas sus facetas—, restricciones vehiculares, usar en todo momento la ya odiada y amada mascarilla o cubrebocas, y más y más aislamiento social.
Claro, no digo que lo anterior haya estado mal; al contrario, en su momento, algunas de estas medidas se hicieron muy necesarias.
¿Pero qué pasa con las personas en situación de discapacidad?
Para iniciar con esta brevísima reflexión, puedo decirle que el solo hecho de seguir acuñando el término “normalidad” —expresión bastante arcaica, por cierto— nos demuestra que ciertos grupos de la sociedad, desde su posición hegemónica, siguen queriendo imponer aquellos enfoques en los que no reconocen un abordaje de la dignidad humana desde los derechos humanos, sino tomando estos elementos “diferentes” como motivo para segregar y discriminar.
¿Y por qué arcaica? Simple: porque lo normal no existe.
Todas las personas somos parte de una inmensa diversidad; por lo que lo natural, lo común —no normal— es ser diferentes.
¿Pero de dónde surgió esta palabreja que tanto daño ha hecho y sigue haciendo? Este concepto surgió en lo que se considera la edad contemporánea —fines del siglo XVIII hasta la actualidad— y tuvo inicios meramente estadísticos, ampliamente abordados por el científico de origen belga Adolphe Quetelet, quien, además de astrónomo, fue también naturalista, matemático, sociólogo y, claramente, estadístico.
Fue él quien, a través de su teoría, a la que llamó “la teoría del hombre medio”, expuso y popularizó lo que hoy se considera como normal, ya que tal tesis se convirtió, con el pasar del tiempo, en el prototipo de aquellos parámetros o requisitos basados en una serie de normas o reglas, en las cuales clasifican una especie de súper-hombres idealizados, siendo estos: el ser un hombre —dejando por fuera a la mujer, claro está—, además de un hombre joven, blanco, alto, adinerado y en perfecta condición física y cognitiva.
Modelo de perfección que el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) avala ampliamente; criterio personal que corroboro cuando leo el concepto de normalidad o normal indicado por este, que dice:
“Normalidad. Cualidad o condición de lo normal. Normal. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. Que sirve de norma o regla. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.”
Normas o reglas fijadas como la teoría de la normalidad dada por Quetelet y abrazada por la teoría racial, de una raza aria superior que tanto amó aquel “alemán” que no quiero ni mencionar.
Y yo me pregunto: ¿Quién cumple con semejante descripción? Muy, muy pocos, estoy segura. Y además, déjame decirte que el antónimo de normal está claro que es la anormalidad; por lo que lamento decirte que, si no estás entre esos requisitos por demás irreales e inalcanzables, tú también —al igual que yo— eres un “anormal”.
Sin embargo, la ignorancia es tal que, en la actualidad y según un ejercicio hecho a estudiantes universitarios y profesionales argentinos de distintas carreras, en el marco de un seminario sobre el tema de discapacidad, al indicarles que de forma individual escribieran las cinco palabras que asociaban al término de normalidad, los resultados —para mí no sorpresivos— y transcribo literalmente, fueron estos:
“Lo normal es lo común —constante— regular —general— todos —estándar— típico —mayoría —equilibrio —completo —mucho —justo —modelo. Lo normal como demarcación: norma —recto —patrón —lo permitido —conocimiento —natural —reglas —apto —como yo —no transgresor —legal —establecido. Lo normal se relaciona también a valores: recatado —bueno —autonomía —libre —belleza —lindo —correcto —requerido —valor —inteligente —capacidad —salud —saludable —adaptado —deber ser —a lo que hay que apuntar —moral —positivo —aceptado —lo que está bien —respetado —adecuado —capaz —hábil —armónico —bienestar —audaz —justo —socialidad —cordura —como Dios manda —consciente.” (La negrita es de mi criterio) (El papel de la ideología de la normalidad en la producción de discapacidad, Ciencia, Docencia y Tecnología Nº 39, Año XX, noviembre de 2009, p. 93).
Y yo me continúo preguntando: ¿Significa entonces que todas esas nociones dadas solo aplican para los “normales”, para los que no presentan una situación de discapacidad?
Lo anterior es solo una pincelada del motivo por el cual cada vez que escucho esa frasecilla de “nueva normalidad”, me produce tanto repudio y desagrado.
Sí, lo sé, la gran mayoría lo hace sin mala intención, de ahí la gran importancia de generar espacios en los que las personas se eduquen y concienticen para alcanzar una sociedad que no discrimine y acepte la interseccionalidad que todas las personas presentamos.
¿Y entonces cómo definir este periodo de invernación del que poco a poco se despierta?
El término que considero que mejor se asemeja a lo que hoy vivimos es que estamos viviendo una nueva realidad, una realidad que presenta un sinfín de grandes desafíos, entre ellos, precisamente, el reducir esa brecha tecnológica que existe, no solo con otras poblaciones igualmente vulnerabilizadas, como los niños y las personas adultas mayores, a las que, si les sumamos la ruralidad, se agrava su realidad.
Desafío que se manifiesta en el reto para que todas las personas en situación de discapacidad puedan acceder a plataformas virtuales accesibles y no sean —como reza el lema— dejadas atrás.
Una realidad que debe considerar que hay personas en situación de discapacidad que no pueden seguir más aisladas socialmente y que, dentro de cualquier tipo de restricción —llámese cuarentena, vehicular, laboral —esta última se las trae— o cualquier otra medida de seguridad sanitaria, hay un sector que requiere salir ciertos lapsos del día para no entrar en crisis —las personas autistas— o requieren que su asistente personal llegue a brindarle este servicio tan vital.
Una realidad que debe ser más solidaria e inclusiva para saber que esta población no es responsabilidad de una sola institución pública, por más que sea el ente rector en discapacidad —CONAPDIS— que es parte de todo un sistema gubernamental y, como tal, se debe transversalizar y considerarla en todos los apoyos económicos y de cualquier otra índole que así se planifiquen para paliar esta emergencia sanitaria.
En conclusión, esta es una oportunidad para deconstruir viejas creencias sociales, heredadas de pensamientos que concibieron e impusieron reglas o normas de clasificación imposibles de cumplir; es una oportunidad de ser un verdadero ser humano.
Redactado por: Licda. Wendy Barrantes Jiménez
Fuentes:
Biografía de Adolphe Quetelet: https://es.wikipedia.org/wiki/Adolphe_Quetelet
Teoría del Hombre medio: https://www.scielo.br/pdf/hcsm/v20n3/0104-5970-hcsm-S0104-59702013005000011.pdf
El papel de la ideología de la normalidad en la producción de discapacidad, Ciencia, Docencia y Tecnología Nº 39, Año XX, noviembre de 2009.
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